miércoles, 18 de julio de 2007

PARA EL SOÑADOR

Hace dos días tuve un sueño en el que desaparecías. Pregunté por tí a unos niños que jugaban cerca de tu bastión, y a las nubes que atravesaban el cielo a ritmo pausado, y me dijeron que te habían visto seguir una cometa hecha con las estrellas de la Osa Mayor, y que siguiéndola te perdiste en el horizonte.
Llegar al horizonte de los sueños no es cosa fácil, pues allí se entremezclan las fronteras de Morfeo y de la realidad, y si no tienes cuidado te puedes perder allí para siempre. Así que me fui a la cabaña de un viejo trenzador de cuerdas y le pedí que me hiciera una muy especial: debía ser tan larga como la noche y tan inquebrantable como el amor verdadero. El viejo cordelero se perdió en su trastienda y salió con un finísimo hilo color cerveza,dorado como el trigo maduro, sombrío como el oro en la penumbra. Me dijo que era un hilo muy especial que tú mismo trajiste una vez para no perderte y que al verlo sabrías como regresar.
Y así empecé la marcha hacia las fronteras del sueño: atravesé las llanuras de la soledad, escalé las montañas del orgullo y vadeé las fosas de la desesperación; y allí, al otro lado del río de las lágrimas, empezaban a verse los cortantes salientes de la incipiente realidad.
Te llamé tantas veces que quedé afónico, y cuando lo daba ya todo por perdido asomó detrás de unas rocas una cometa hecha de estrellas. Corrí como nunca, lloroso y esperanzado, pero tras las rocas sólo hallé el extremo de la cometa enredado en un matorral. Miré en todas direcciones, pero no había rastro de tí.
Entonces sopló una fresca brisa y la cometa se soltó, agarré su extremo por los pelos, justo cuando la brisa se tornó viento y se llevó a la cometa al cielo conmigo detrás. Tras un viaje que pareció durar horas, la cometa llegó a una estrella que, a medida que me acercaba, tomó tu forma.
Me alegré tanto de encontrarte que casi me olvido del hilo que llevaba. Al mostrártelo sonreiste y con mucho cuidado cortaste un trocito y te lo ataste al dedo. Yo no entendía nada, pero me explicaste que ya no podías volver, que desde allí podrías vigilar tanto nuestros sueños como nuestras vidas, pero que necesitabas algo que te uniera a nosotros, y ahí entraba en juego el hilo mágico.
Partiste el hilo en decenas de trocitos y nos ataste uno a cada uno. Cuando acabaste, del hilo sólo quedaba un trozo que ataste con cariño al corazón de quien más te añoraba, y es que de sus propios cabellos estaba hecho aquel hilo.
Luego, con un guiño picarón, me devolviste a las arenas de Morfeo.
Para cuando desperté mi almohada era un lago de lágrimas, pero desde aquel día tu estrella brilla más en nuestros corazones y nos guiará hasta el día en que todos podamos reunirnos contigo, soñador incansable.
Hasta que ese día llegue, gracias por regalarnos tu luz.