Berlin, Berlin

Bueno, tras una dura temporada de exámenes y trabajos, por fin encuentro un momento para escribir sobre mi viaje a Berlín, era mi primer viaje a Alemania y no tengo más que buenos recuerdos de la ciudad y de sus gentes.
Visitamos la Bauhaus (genial), el museo Pergamo (es-pec-ta-cu-lar el expolio), cenamos en el restaurante giratorio de la torre de televisión (gracias Eva por la info), la cúpula del Reichstag y el antiuo campo de concentración de Sachsenhausen (las historias de la audioguía eran espeluznantes, brrrrr!!), en fin, todo lo que se puede visitar en cinco días.
Pero lo que más me ha gustado es la simpatía e interés de los berlineses: siempre respondían con una sonrisa a una sonrisa, siempre esforzándose por hacerse entender, muy buena gente la verdad.
Evidentemente el agua sólo la vimos en la ducha, ya que una de las premisas del viaje era beber cerveza hasta en el desayuno...y casi lo conseguimos. La verdad es que con ese frío de estación de esquí, el olorcito de un kebab o una salchicha de los mil puestecitos de venta ambulante te llamaban como sirenas, y ¿cómo no acompañarlos de una buena botella de medio litro de cerveza?, era inevitable.

A destacar también un pequeño descubrimiento: el Cupcake. Una pequeña casita reformada como salón de té y pastas, y decorada como si se tratase de una casa de muñecas o el cuarto de Alicia. Una pequeña joya entre las calles de Berlín (Zionskirchstrasse 36).

Lo mejor es que después de que me hayan confundido con un italiano, con un alemán y con un inglés (joder, debí parecerles un chiste) mi sentimiento de ciudadano del mundo está por las nubes.
Lo que menos me gustó fue la pobrísima iluminación nocturna de la ciudad, había calles que parecía que seguían iluminándose con luz de gas. Supongo que formará parte de su encanto, pero a mí me acojonaba bastante.

Mi consejo: idos todos para allí, que está todo tiradísimo y el chucrut está de vicio (si eres vinagrero como yo).